Músico, educador y portador de la herencia sonora del Pacífico colombiano
Soy Miguel Ángel Mosquera Pandales, músico, maestro y pedagogo nacido en Buenaventura en 1991, en el corazón del Pacífico sur colombiano. Mi vida ha estado entretejida con sonidos, maderas y memorias. Nací en una familia donde la música no era solo arte, sino también forma de vida, de resistencia y de identidad. Mi abuela, cantadora tradicional, me enseñó desde niño a escuchar con el alma; y mi padre, Miguel Santos Mosquera Valencia —lutier e intérprete de marimba de chonta en condición de ceguera— me transmitió la sabiduría del tambor, del currulao y del conocimiento hecho a mano.
Desde pequeño comprendí que la música se aprende con el cuerpo, que se toca escuchando, y que el saber también se hereda en alto relieve, como el Braille, como la madera que vibra bajo los tacos. Formé parte de agrupaciones comunitarias en mi barrio y de procesos formales como la Fundación Batuta, donde integré la primera pre orquesta de Buenaventura: Golpe de Marea. Más adelante, el camino me llevó a la ciudad de Cali, donde estudié música en el Instituto Popular de Cultura, y más tarde me gradué como licenciado en música en la Universidad del Valle.
Convivo con baja visión desde que nací. Las cataratas congénitas no fueron un límite, sino una manera distinta de ver: aprendí a leer el mundo con las manos, a escuchar con precisión y a memorizar los sonidos del entorno. Esa experiencia vital me condujo a diseñar propuestas pedagógicas inclusivas que acercan la música tradicional del Pacífico a personas con discapacidad visual, como lo plasmé en mi trabajo Curruleando en alto relieve, distinguido con mención meritoria.
Actualmente soy candidato a Máster Universitario en Pedagogía Musical en la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR), desde donde nace este proyecto dedicado a la vida y el legado de mi padre. Como músico, productor, investigador y docente, creo firmemente en el poder transformador de la música. Mi propósito es que las nuevas generaciones conozcan, valoren y aprendan el patrimonio sonoro de nuestra tierra; y que nadie —por su origen, su condición o su contexto— quede excluido del derecho a sentir, tocar y vivir la música.
Esta es mi historia: la de un hijo del currulao, la de un aprendiz de la selva, la de un educador que sueña con un país que escuche más allá de los ojos.